Herencia Cristiana
Historias de los Grandes Genocidios
La Masacre de los Albigenses
Por
historia moderna entendemos el registro de acontecimientos del pasado basado en
el más amplio conocimiento que alcanzó a tener el mundo y, sobre todo, en el
uso crítico de los documentos originales. Es una ciencia, y es tan drásticamente
opuesta a la religión como lo es la ciencia de la evolución. Elimina
enteramente lo sobrenatural de las crónicas de la evolución del hombre;
muestra que en los sucesos en los cuales debiéramos esperar confiadamente la
intervención de Dios, si es que hubiera un Dios --en los acontecimientos
humanos-- no se halla el más mínimo vestigio de otra cosa que las virtudes y
las miserias propias del hombre: y esto completamente demuele la versión de la
épica humana que el cristianismo ha impuesto en el mundo.
Sin
embargo, la historia moderna no ha despertado en los teólogos el rencor y la
hostilidad que les produjo la ciencia moderna. La razón es simple, y no es
enteramente meritorio de los historiadores. Aquellos acontecimientos humanos que
el historiador estudia son en su mayor parte religiosos. El científico puede
ignorar el estudio religioso cuando describe sus nebulosas y sus dinosaurios,
sus orquídeas y sus diatomeas. Pero las religiones e iglesias y todos los fenómenos
que se produjeron en sus cinco o seis mil años de vida son una parte, y una
parte muy importante, del material de la historia. Y sólo ha sido evitado un
conflicto mortal mediante el ardid de distinguir entre historia sagrada e
historia profana.
Los
historiadores ahora, por supuesto no observan esta distinción tan rigurosamente
como eran obligados a hacerlo en los días de Bossuet. Voltaire y Gibbon no han
vivido en vano. Tenemos, de hecho, una rama especial que combina a la ciencia
con la historia --historología, o la ciencia de la comparación de las
religiones-- que parece ignorar la distinción; y los maestros de historia
antigua nos hablan acerca de la religión de los egipcios y los babilonios con
la libertad con la que discuten la vestimenta y las costumbres de las antiguas
civilizaciones.
¡Pero
observad cuán cautelosos, cuán diplomáticos, son cuando han de aseverar algo
que contradice al Antiguo Testamento o la versión cristiana actual de la
historia! En cuanto a Cristo y los sucesos cardinales de la historia europea que
dependen vitalmente de la religión, ¿cuántos historiadores se atreven más no
sea a tratarlos? Son “historia sagrada.” A lo sumo existe un reconocimiento
formal de la convención de que Cristo fue “el moralista más sublime” que
haya aparecido; que el fluir de la historia cambió de alguna manera su rumbo
luego de la “aceptación” (nunca se lee acerca del acatamiento obligatorio)
del cristianismo; y que todo lo siniestro que sucedió durante los años de fe
debe ser generosamente interpretado como lo más natural en la conducta de un
pueblo bastante diferente de nosotros.
Estas
páginas están protestando contra las tímidas convenciones de la historia cada
vez que la religión está involucrada. Muestran que la creencia general de que
las civilizaciones eran viciosas y estúpidas y crueles antes de Cristo, está
basada en una mentira. Prueban que la imposición del cristianismo fue seguida
de un coagulado y sórdido cúmulo de brusquedad y brutalidad nunca vistas antes
en la historia civilizada. No es menos mítico suponer que Europa se aferró al
cristianismo hasta la modernidad; aun estos desenfrenados ancestros nuestros,
cuando pudieron consolidarse en civilizaciones más o menos ordenadas, se
rebelaron contra las doctrinas de la Iglesia y la autoridad usurpada de su clero
corrupto y fueron reprimidos hasta su sometimiento.
El
año 1000 dio un verdadero vuelco a la historia de Europa. Mi amigo, el Profesor
Robinson, historiador muy capaz de la Universidad de Columbia, no está de
acuerdo conmigo en que hubiera una expectativa generalizada de que llegaría el
fin del mundo en el año 1000, sin embargo yo hice en una oportunidad una
investigación en las crónicas de aquél momento y encontré vasta evidencia de
dicha expectativa. En todo caso, la Edad de Hierro, el siglo X, el punto bajo de
la civilización estaba llegando a su fin. Es cierto que Roma y el Papado
continuaron con su escuálida degradación durante otros cincuenta años; pero Roma nunca más, después de
haber dejado de ser pagana, volvió a ser considerada como el centro de luz en
Europa por nadie que supiera de historia. No olvido su distinción artística
durante el Renacimiento ya que entonces fue nuevamente pagana durante la
temporada.
La
Ilustración llegó a Europa a lo largo de dos senderos que estaban muy alejados
de Roma. Uno fue el camino recorrido desde el este siguiendo el valle del
Danubio. El otro fue una ruta extrañamente tortuosa, que, comenzando en el
este, cruzó completamente el norte de África y el Estrecho de Gibraltar,
ingresando en la Europa cristiana por los Pirineos y el sur de Francia.
Es
suficiente decir aquí que durante los años más oscuros de la cristiandad, el
siglo X, existía en España una civilización mahometana brillante y tolerante,
y que los rayos de su maravillosa cultura estaban atravesando los Pirineos para
iluminar a los bárbaros de Europa. El mayor erudito del siglo X, el Papa
Silvestre II (Gerbert), pertenecía al sur de Francia y aprendió su ciencia en
España; y fue Papa cuatro años y murió bajo el olor del sulfuro. Fue
naturalmente en el sur de Francia que los moros tuvieron mayor influencia.
Incluso hasta la ocuparon por un tiempo.
Mientras
tanto, la segunda corriente estaba cruzando Europa y alcanzando el sur de
Francia y el norte de Italia. La herejía --rebelión contra la religión
cristiana-- había echado profundas y fuertes raíces en el distrito armenio del
Imperio Griego en tanto que el mundo latino estaba demasiado brutalizado como
para pensar. Esta herejía era el Paulianismo, una mezcla de gnóstico ideas
maniqueas y cristianas primitivas. A pesar de que una emperatriz del siglo IX
convertida en sacerdotisa, como todos los historiadores admiten, había
masacrado a no menos de cien mil de estos rebeldes, un emperador del siglo X
encontró que era necesario transplantar a doscientos mil de ellos a la desolada
frontera de su imperio, en la frontera con Bulgaria.
La
herejía pronto reapareció en Bulgaria en la secta de los Bogomiles (“Amigos
de Dios”), que habrían ganado la nación entera y se habrían extendido hacia
toda Europa si la Iglesia no hubiese hecho uso de su arma espiritual de
costumbre: la persecución sangrienta. Como fue, los Bogomiles, la secta más
seria y asceta, envió misioneros hacia toda Europa, y desde los primeros años
del siglo XI en adelante observamos que en varias partes de Europa van surgiendo
diversos matices de esta religión semi-maniquea (la verdadera base de la brujería
--en cuanto al andamiaje, por supuesto).
Sería
de utilidad señalar la fascinación por las ideas maniqueas, que reaparecieron
en la mayoría de las herejías europeas. La idea fundamental era, como dije,
que había dos grandes poderes creativos: uno que creó todo lo que es bueno y
otro que fue responsable del mal. Se dice usualmente que los persas creían en
dos principios supremos, pero que el principio del mal (el creador de la
materia, la oscuridad, la carne, el pecado, etc.) no era exactamente igual a,
aunque en el presente en conflicto mortal con, Ahura Mazda, el verdadero Dios;
porque al final Ahura Mazda destruiría el mundo material y juzgaría a todos
los hombres. Sin embargo era una explicación atractiva del origen y poder del
mal, y no responsabilizaba a Dios, el espíritu santo, por la materia y la
carne. Era más razonable que el cristianismo. Rechazaba el Antiguo Testamento y
toda su crudeza moral, consideró a Cristo como a un espíritu maravilloso (pero
no a Dios), despreció el sistema de sacramentos creado por los sacerdotes y
toda la jerarquía, y aborreció la consagrada inmortalidad de la mayoría de
los sacerdotes, los monjes, y monjas de la cristiandad.
Fue,
en todos sus matices, una religión antagónica al cristianismo, y puedo decir
con seguridad que de alguna manera habría relevado al cristianismo si no
hubiera sido aniquilada tan brutal y salvajemente. ¿No habéis siquiera oído
acerca de esto? Pues bien, esto demuestra el valor que tiene estas cosas para la
historia escrita como se la escribe usualmente. Pocos de los nuevos escritores
os hablarán con conocimiento de la herejía de los Priscilian (también
semi-maniquea) en España, y de la herejía aria (o unitaria) que fue
ampliamente adoptada por los bárbaros. Pero los priscilianos habían
desaparecido --fueron asesinados, por supuesto-- hacia el siglo XVII, y una
astuta negociación política había llevado a la princesa de los teutones a
adoptar la Trinidad (y con ella a extensas porciones de Europa) y con ella, sus
pueblos fueron obligados a hacer lo mismo.
La
historia comienza en el siglo XI. La cristiandad en general, o sus Papas y
obispos, estaban en calma, por lo general, demasiado interesados en el vino y
las mujeres como para ocuparse de las fórmulas, y demasiado ignorantes como
para entenderlas. Pero obtenemos de las crónicas pedazos significantes. En 1012
varios “maniqueanos” son perseguidos en Alemania. En 1017 trece cánones y
sacerdotes de la diócesis de Orléans son condenados por maniqueismo y quemados
vivos. En 1022 se producen casos como estos en Liege. En 1030 reaparecieron (y
desaparecieron) en Italia y Alemania; en 1043 cerca de Chálons en Francia; en
1052 nuevamente en Alemania. A
principios del siglo XII algunos “Pobres Hombres de Cristo” son quemados en
Alemania.
En
suma, hacia mediados del siglo XII Europa rebosaba de herejía. El nombre
general que se le daba a la secta herética más importante, la de los Cátaros,
cuyo nombre proviene dees un vocablo griego que significa “los Puros”; e
indica las características prácticas en las que todas concuerdan. Consideraban
a la Iglesia como a una institución humana corrupta, en general menospreciaban
sus sacramentos, rituales, y jerarquía, despreciaban a sus monjes y monjas
disolutas, e intentaban retomar las enseñanzas puras de Cristo: pobreza
voluntaria, castidad estricta, amor fraternal, y vida asceta.
Estos
eran los Beguines y los Beghards quienes, fundados por un sacerdote belga en el
siglo XIII, desplegaron una red de comunidades ascetas, más parecidos a los
antiguos esenios y terapeutas que a los monjes cristianos de toda Europa. Fueron
severamente perseguidos, aunque su única herejía fue haber hecho lo que Cristo
les ordenó a los hombres hacer. Los valdenses, seguidores de Peter Waldo,
fueron esencialmente lo mismo, en los mismos siglos XIII y XIV. Se hicieron
llamar los “Pobres de Espíritu,” y obedecieron literalmente cada mandato de
Cristo: y así fueron tildaron de heréticos y los quemaron en grupos, sesenta
por vez, siendo condenados a las
llamas en Alemania en 1211, y algunos siendo quemados en España aún antes. Los
famosos flagelantes de los siglos XIII y XIV recibieron no arbitrariamente el
mismo título. Los psicólogos modernos desperdician su ingenuidad en ellos. El
mundo y la Iglesia estaban tan corrompidos que esperaban un súbito final del
mundo y estaban en penitencia por los pecados suyos y por los de otros. El
Fraticelli, un desprendimiento de la Orden franciscana, al cual la corrupción
del clero lo empujó a la herejía, perteneció al mismo periodo, y fue
ferozmente perseguido.
De
mayor importancia fueron los Lollards, los seguidores de J. Wyclif en
Inglaterra, y los Husitas de Bohemia. La herejía de Wyclif --fue en un
principio apoyado por su Universidad y los nobles-- hizo realmente un retorno al
cristianismo primitivo; se arraigó tan profundamente en Inglaterra que a
mediados del siglo XIV un décimo de la nación, estiman algunos historiadores,
eran Lollards. Debieron pagar la pena habitual por ser leales a Cristo.
Mientras
tanto, como el rey de Bohemia contraía matrimonio con una princesa inglesa, sus
ideas pasaban a este país, en ese entonces uno de los más ilustrados en
Europa, y, en manos la prédica de John Hus, una extensa porción de la nación
las abrasó y desarrollo. Los husitas despreciaron a los sacerdotes, monjes y,
monjas corruptos, atacaron el celibato del clero, la confesión, la eucarística,
y el ritual --en suma, estaban más cerca de Cristo que cualquiera de los que he
mencionado hasta ahora, y por lo tanto eran los más excesivamente heréticos.
Eliminarlos llevó doscientos años de guerra y persecución salvaje. En un
tiempo la mayoría de los nobles de Bohemia eran husitas.
Pero
el nombre Cátaros, o Puritanos, era particularmente aplicado haciendo
referencia a varias sectas que unificaban el entusiasmo por la moral cristiana
primitiva con un tinte de filosofía maniquea. Eran conocidos por el nombre de
Patarenes en Italia, Publicanos en Francia y Bélgica, y por otros nombres en
otros países. Su número era prodigioso en el siglo que es precisamente elegido
como “el gran siglo Católico,” el siglo XIII. El propio Dante nos cuenta en
qué medida prevalecía la herejía, incluso el escepticismo radical, en Italia
en sus días. Europa de manera justa habría de abandonar al cristianismo
romano, y probablemente lo habría hecho mucho tiempo antes sin no hubiese sido
por esa espantosa arma de defensa ahora diseñada por la Iglesia, la Inquisición.
Apenas
necesitamos una mirada a la historia de los albigenenses para darnos cuenta de
esto. Albi, de donde toman su nombre, era un pueblo importante de una de estas
encantadoras provincias sureñas de Francia, las cuales eran al país lo que las
sureñas California y Florida son a los Estados Unidos. En estas provincias del
sur el ejemplo brillante de los Moros españoles era muy conocido, y durante el
siglo XI la herejía de los bogomiles les fue importada por los misioneros de
Bulgaria o Bosnia.
En
el distrito albigense, la población en su gran mayoría se convirtió a la
nueva religión. San Bernardo de Clairvaux, el predicador más famoso en aquél
momento, hizo una campaña allí en 1147. Encontró las iglesias desiertas y fue
incapaz de provocar ninguna impresión. La herejía se extendió por Francia, Bélgica,
Alemania occidental, España, y el norte de Italia, y el Papado se hallaba
completamente alarmado. Basta con leer los informes enviados a Roma, como los
dados en las “Crónicas” del Cardenal Baronius. Pero la secuela mostrará
que los cátaros llegaban a sumar por lo menos cientos en Francia solamente.
Papa
tras Papa furiosamente urgía a los poderes seculares a perseguirlos. Alejandro
III, en el Consulado Laterano de 1179, exigió el uso de la fuerza contra ellos.
A los príncipes les dio el derecho a encarcelar a los ofensores y a confiscar
su propiedad --una horrorosa apelación a la codicia de la que Roma estaba
comenzando a hacer uso--. A todo aquél que “tomara las armas” contra ellos,
según dijo, les prometía dos años de perdón de penas y aún otros
privilegios. En suma, los Cátaros fueron quemados o encarcelados en muchos
lugares, pero en el sur de Francia príncipes y nobles los favorecieron y
estuvieron orgullosos de su industria e integridad en un mundo corrupto. En 1167
el jefe de la secta Pauliciana (la madre de la secta de los bogomiles, que fue a
su vez la madre de la secta de los albigenses) se dirigió a Albi, reunió un
numeroso sínodo, consagró cinco nuevos obispos, y le otorgó a la religión un
triunfo público espléndido.
Esta
era la situación cuando, en 1198, Inocencio III, el más grande de los Papas,
se colocó la tiara. Algunos de mis amigos me critican gentilmente por no
hablar, como lo hacen generalmente los historiadores, afablemente de Papas tan
profundamente religiosos como Gregorio I, Gregorio VII, e Inocencio III por lo
menos. Los católicos harían bien al entender que, cuando los historiadores no
católicos agregan una palabra complementaria al dirigirse a dichos Papas,
fuerzan la evidencia para conciliar con los lectores religiosos. Pues son
justamente estos hombres los que más mortalmente hirieron a la civilización
europea, y, consiguientemente, a la civilización americana que esperaba su
desarrollo.
Durante
nueve años Inocencio tuvo monjes predicadores en las provincias heréticas,
urgiendo a los obispos y a los príncipes a perseguir a los herejes, sin embargo
no eran muy eficientes. Su legado principal, Pierre de Castelnau, recibió
instrucciones en 1207 de organizar una campaña bélica de los príncipes, y la
mayor parte de los nobles más pequeños aceptaron. Es necesario para el lector
tener en cuenta que en el siglo XIII la guerra significaba un saqueo ilimitado,
y los pueblos albigenses eran de los más prósperos en Europa. Fue creado un
espíritu corrosivo, y el Legado fue asesinado. Proclamando ferozmente que el
responsable era Raymond, Conde de Tolosa --Inocencio tiempo después admitiría
que no había evidencia; en efecto, lo más improbable es que lo hubiera hecho--
el “gran” Papa llamó a las armas, y amenazó fuertemente a los príncipes y
caballeros cristianos que no obedecían al llamado.
No
había necesidad de amenazas. Imaginad al presidente de los Estados Unidos
informándoles a los pistoleros de Chicago --los caballeros cristianos de esos días
no eran mucho más éticos-- que les permitía invadir y saquear Los Ángeles,
Hollywood, y Pasadena, y obtendréis algo así como un símil. Lo dice un poeta
contemporáneo, veinte mil hombres a caballo y doscientos mil a pie convergieron
contra los Albigenses. Guiados por el Abad de Citeaux --un sacerdote tan
sangriento como Torquemada-- y un sórdido aventurero anglo-francés, Simon de
Montfort, cuyos bolsillos estaban vacíos. El Rey de Francia se mantuvo al
margen --en un principio, sólo porque sus términos con el Papa eran
exorbitantes.
La
magnitud de la “herejía” puede adivinarse cuando conocemos que dos años
después de la más brutal carnicería eran todavía tan fuertes que, cuando el
Papa renovó la “cruzada” en 1214, cien mil “peregrinos” debieron ser
convocados. Los inocentes fanfarronean que ocuparon quinientos pueblos y
castillos heréticos, y que masacraron a cada hombre, mujer y niño de cada
pueblo que ocuparon. Las damas de la nobleza con sus hijas fueron arrojadas a
posos de agua, y enormes piedras les fueron lanzadas. Los caballeros fueron
ahorcados en grupos de ochenta. Cuando, en el primer pueblo numeroso, los
soldados preguntaron cómo distinguir entre heréticos y ortodoxos, el abad
cisterciense rugió: “Matadlos a todos, Dios sabrá lo suyo,” y asesinaron a
los cuarenta mil hombres, mujeres y niños sobrevivientes. Los escritores católicos
modernos meramente se evaden cuando disputan estos teman. Son los católicos de
la época los que nos lo cuentan.
El
comportamiento del Papa durante estos años nefastos fue repugnante. He
descripto sus idas y venidas en mi Crisis
en la Historia del Papado (basado en las cartas del propio Papa), y debo ser
breve. Raymond de Tolosa, a fin de no perder a su gente, se rindió antes de que
la cruzada comenzara, a pesar de lo cual el Papa expresamente les ordenó a sus
legados (Cartas, xi, 232) que lo
“traicionaran y que prosiguieran con la erradicación de los demás
herejes.” Su tratamiento brutal hacia Raymond, sin juicio alguno, se ganó la
censura aun del rey de Francia. Detuvo la cruzada después de dos años de
incomparable carnicería, y luego cedió ante el fanatismo de los monjes y la
codicia de los soldados, y la reanudó. Estaba claramente enfermo por el
exterminio y las pasiones viles de sus instrumentos, pero extrajo del monumental
crimen un vasto material para provecho del Papado, y le dejó al mundo, que
pronto abandonó, la piedra fundacional de la Inquisición, un obsequio tan
mortal y repugnante como su masacre.
Nota
Historica ...
Autor: D. Riazanov - Nota explicatoria de las Guerras Campesinas en Alemania,
1847 de F. Engels
Traducido por: Miguel
Gómez Jr.
- Secta religiosa del sur de Francia, extendida entre los siglos XI y
XII. Su nombre se derivaba de la ciudad de Albi en Languedoc, uno de los centros
más importantes del movimiento. Los Albigenses predicaban la Cristiandad Apostólica
y la vida simple según el evangelio. Se llamaban los “buenos hombres".
El Papa y los concilios de la iglesia decían que negaban la doctrina de la
Trinidad, la Sagrada Comunión y el Matrimonio, así como también la doctrina
de la muerte y la Resurrección de Jesucristo. En el Concilio de Toulouse
(1119), El Papa Calixto II, y a continuación en 1139 el Papa Inocencio II, les
excomulgaron. Finalmente, en 1209, el Papa Inocencio III ordenó una cruzada
contra ellos. La guerra duró veinte años.
La obstinación de la cruenta lucha contra los Albigenses está aclarada en
parte por el hecho de que los Albigenses fueron ayudados en su guerra contra el
Papa por los señores feudales locales del sur de Francia. Cuando un legado
papal e inquisidor fue asesinado en el territorio del Conde Raymond VI de
Toulouse, el Papa Inocencio III resolvió usar este suceso como la ocasión para
la tomar las tierras del Conde Raimundo, quien mantenía una actitud tolerante
hacia los herejes. Sucedió una lucha entre los señores del sur de Francia y el
Papa, quien fue sustentado por los señores del norte. Francia del norte estaba
en conflicto con el sur, que al ser económicamente más desarrollado, eran, por
consiguiente, una amenaza para éstos. Los ejércitos del norte estaban bajo la
dirección de Conde Simón de Montfort y los legados papales. Cuando los grandes
ejércitos del norte tomaron la ciudad de Béziers, mataron a 20.000 Albigenses.
En el transcurso de la lucha resultante centenares de miles cayeron. Las
provincias de Provenza y Languedoc fueron devastadas. La paz no fue concluida
hasta 1229. A consecuencia de las guerras en contra de los Albigenses el sur
rico fue destruido y los territorios de la corona francesa extendidos.
Nota del Traductor. Los cátaros Albigenses tenían una forma de religión maniquea, es decir, el bien y el mal como polos diferenciados y creían que aparte de éstos no había más. Las cosas eran buenas o malas. Denuncian a los sacerdotes corrompidos y esto hace temblar los cimientos de la Iglesia. La herejía comienza en el norte de Francia y la región del Rin alemán. Aquí se logró contenerla, pero se extiende incontenible por el sur de Francia y el Norte de Italia. En cuanto a la política y a la sociedad creían que cuando viniera Jesús ( la 2ª venida ) desaparecería la propiedad, el dinero, el clero, los reyes, los ricos y los pobres, las guerras, las naciones, etc. Esto recibe el nombre de milenarismo. Creían que todos los hombres eran iguales y que que no se necesitaban ni los ritos ni los diezmos y que esto sólo servían para mantener a una clase corrupta que no tenía nada que ver con el pueblo. Pero esto se quedaba en la teoría. Lo cierto es que el catarismo quiso ser una religión separada, teniendo sus obispos, nobles y estados.
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